Suena el despertador y comienza un nuevo día. Los días pasan y ya asimiló que me encuentro a 10.000 km de casa, la mitad de lo que mide la Gran Muralla. Ducha y a desayunar. La conversación no da para mucho, saber que con quién hablas, una vez lo coleccionaste en los cromos de Panini. Agarras las botas y para el campo 26. Los chicos de grado empiezan a asimilar los contenidos y la metodología. La horas se acumulan y así todo es más fácil, cuatro días a la semana es más que suficiente. El sol aprieta, son diez de la mañana y llegan los élite, gran suerte la mía. La calidad de estos chavales es enorme. Primeras conversaciones con el jefe de la tropa, un gran tipo predispuesto a ayudarme en todo lo que puede, un fenómeno el navarrico. Cinco fieras entrenando con la mayor ilusión posible y un “fangi” que se esfuerza por transmitir con pasión cada una de mis palabras. Encantado es poco. Llega la hora de comer y de comentar con los compañeros, mucha calidad suelta, café y a